Camila Vallejo, quien se ha convertido en rostro y embajadora del Partido Comunista chileno, declaró en entrevista al diario español El País que su partido "nunca ha descartado la posibilidad de la vía armada", en la medida en que estén dadas las condiciones para utilizarla. En el momento actual éste no sería el caso, pues a su juicio en Chile sólo existe una tensión entre el neoliberalismo por un lado y la democracia por otro, y no aquella situación de "violencia estructural" que justifica el combate armado del pueblo.
Estas declaraciones son del mayor interés porque revelan hasta qué punto el Partido Comunista chileno permanece fiel a una ortodoxia que muchos creyeron superada después del término de la Guerra Fría o, como muy tarde, desde la consolidación del retorno a la democracia. Parte de esta ortodoxia es la justificación de la violencia política, de la cual fluye también la legitimación de regímenes totalitarios como el que impera en Corea del Norte.
La justificación de la violencia política como alternativa para hacer frente a diversas formas de "violencia estructural" se encuentra, no obstante, más extendida de lo que a veces se quiere aceptar. Por ejemplo, está presente en los planteamientos de no pocos líderes estudiantiles y, por cierto, también en sus bases. Una de sus manifestaciones más evidentes es la facilidad con que los estudiantes han recurrido a la toma como medio de presión, un acto violento por antonomasia, pero que con frecuencia ni siquiera alcanza a ser percibido como tal. Esta familiaridad con la violencia es favorecida por la "indignación" como actitud política. Si el descontento desde el cual se alza la protesta no ha de quedarse en un simple berrinche, pero a la vez el indignado desconfía radicalmente de la actividad política, el tránsito del simple lobby a la violencia puede llegar a ser muy fluido.
El fenómeno descrito es tan conocido en Chile y en el mundo, que resulta preocupante e incomprensible al mismo tiempo la escasez de reacciones frente a las declaraciones de Vallejo. Confirmando las críticas que le dirige la misma dirigente comunista, la clase política parece habitar una región estéril, delimitada por la incapacidad para percibir la gravedad de ciertos hechos y el cálculo de corto plazo, que prefiere callar antes que perder el favor de ciertos sectores. Este mismo cálculo permite al Partido Comunista elegir parlamentarios con el subsidio de la Concertación y sin modificar un ápice sus planteamientos. Pero también lo provee de una imagen atractiva, que sabe combinar el discurso radical y antidemocrático, capaz de enardecer a los líderes juveniles y sindicales, con el pragmatismo para utilizar las estructuras democráticas mientras se den las condiciones para ello.
La clase política parece habitar una región estéril, delimitada por la incapacidad para percibir la gravedad de ciertos hechos y el cálculo de corto plazo.