La ofensiva de la derecha educativa ha sido sistemática y cotidiana durante estas últimas semanas en los medios: desde las cartas al director hasta las editoriales, o desde sendas entrevistas (v.gr. Brunner) hasta conspicuas columnas de opinión, incluyendo en estas últimas –si me permite su feligresía- a la dominical reprimenda que un rector nos hace desde un supuesto e imparcial laicismo. Qué decir de la radio y la televisión.
Sin embargo, no se trata simplemente de que la derecha educativa esté concertada, unida y cohesionada en sus discursos, perfomances o intervenciones mediáticas.
La derecha educativa está más bien uniformada por la fuerza de atracción de sus dogmas y creencias basales de sentido.
Se trata de toda una “cosmo-antropo-visión” –no exagero- metafísica que les permite configurar un orden que ellos sin vergüenza llaman “natural” de las cosas. La transversalidad de sus principios atraviesa por supuesto a la política, la economía y la educación.
Pero acá nuevamente no se trata de un simple tejido o yuxtaposición de principios, pues no es sino el fundamentalismo lo que distingue a la derecha educativa con suma nitidez. En este sentido, no son “nihilistas” como se nos ha querido insinuar, pues tienen un cuerpo de creencias fuerte. Tampoco son simplemente “pragmáticos”, pues poseen dogmas de fe irrenunciables. En educación, al menos, son verdaderos “templarios vitalistas” del mercado y el capital. Su política es la bío-política.
De esta manera, el núcleo dogmático de sus convicciones se distribuye por la UDI y Renovación Nacional uniformemente, pero también tiene en la Concertación un terreno fértil de producción ideológica. Qué decir del aparato público, si en la mismísima Moneda habita una de las fuerzas centrífugas de todas estas creencias.
La derecha educativa no habla desde la razón, que por su propia naturaleza, es argumentativa y dialógica. Habla desde sus certezas, pues no tiene preguntas; habla desde su Sinaí del lucro, la competición y el mercado, pues no tiene sino tablas, códigos y fórmulas.
Por esa razón, tilda a los argumentos de los estudiantes de “consignas” para abrir de ese modo y al mismo tiempo, todo ese campo semántico del miedo que va desde el vértigo del desquiciamiento y la desviación a 1973. Lo sabemos porque lo tenemos en nuestra conciencia colectiva.
Suena actual, pero lo dijo Pinochet en 1983 en su clásico Política, politiquería y demagogia: “Algunos pretenden, hoy en día, reeditar las mismas prácticas cuyos resultados tanto daño le hicieron al país -y agregó- sufrimos en Chile todo un proceso movido por la demagogia de uno u otro estilo. Proceso cuyo fin era siempre el mismo, a saber: el permanente cuestionamiento de las jerarquías, de la autoridad y sobre todo del sistema mismo, para finalmente intentar destruirlo”. Pues sí, no se confunda, fue tan sólo hace un par de días que escuchamos a la hija del General Mathei insistir en la idea de que las actuales movilizaciones lo que pretenden es “destruir” al país.
Creen en la competencia como eje articulador de la calidad. Y creen en el control de calidad vía la estandarización (testing school). Creen en la selección escolar por el mérito. Creen en el mercado del conocimiento, del saber y del capital humano. Creen que la educación es un bien de consumo. Y creen que la educación es un bien de inversión.
La dogmática de la derecha tiene el tono autoritario. No puede ser de otro modo. Además de poseer un canon dogmático, lo quiere imponer por la fuerza, ahí el peligro de su fundamentalismo: otrora lo hizo por la fuerza de los fusiles, hoy lo pretende por la fuerza de los enclaves autoritarios e ilegítimos, que como un virus, invaden todas nuestras instituciones, desde la Constitución hasta el sistema global de educación.
Sus creencias en educación se pueden expresar de manera simple. Creen en la libertad de enseñanza (school choice). Creen en la provisión mixta. Creen en la iniciativa privada más que en la estatal. Pero creen en la subsidiaridad del Estado a la iniciativa privada (voucher school). Creen en la competencia como eje articulador de la calidad. Y creen en el control de calidad vía la estandarización (testing school). Creen en la selección escolar por el mérito. Creen en el mercado del conocimiento, del saber y del capital humano. Creen que la educación es un bien de consumo. Y creen que la educación es un bien de inversión.
Escuchamos a Patricia Matte en la Revista Capital decir: “Si los colegios con fines de lucro tienen malos resultados, tienen que salir del sistema. Y el que lo hace bien, qué importa que se pueda ganar la vida en eso […] El Estado debe decir a mí lo que me importa es que usted tenga un estándar y buenos resultados”. Así como también escuchamos a un furioso Carlos Williamson sentenciar en El Mercurio: “El lucro es un medio legítimo para rentabilizar la inversión de privados, cualquiera sea su destino, incluida la educación escolar o superior […] para alguien que pretende ser actor permanente en esta industria, se debe ofrecer educación de calidad o arriesgar la pérdida de respaldo y el colapso del negocio”.
Lo mismo que escuchamos hoy es lo mismo que escuchábamos ayer.
Son dogmas. Es fundamentalismo. Es un cuerpo de creencias y con el carácter de perennes.
Para que quede más claro.
En el Programa de Gobierno de Hernán Büchi (en adjunto), candidato a la presidencia de la República, representando a las fuerzas leales a Pinochet, usted puede leer en el acápite Educación al alcance de todos, varios lugares comunes de la derecha educativa respecto a la relación entre Educación, Sociedad y Economía; y puede usted subrayar la siguiente idea fuerza: “… el único criterio de selección ha de ser el mérito. Esto exige del Estado un papel activo en la tarea de asegurar a todos el acceso a la educación. En el pasado se entendió, erróneamente, como que aquél debía asumir en forma directa la tarea educativa. No es así: del Estado docente debemos avanzar a la sociedad docente, dejando al estado el papel de promotor de la educación”.
¿Ha escuchado esa idea por estos días?; ¿No ha sido el mismo Presidente el que ha salido a la palestra con ella?; pues sí, y fue muy enfático con sus creencias, pues afirmó: “yendo al tema de fondo, nosotros creemos en una sociedad docente, no en un Estado docente[…]el gobierno tiene que respetar la libertad de enseñanza”.
¿No lo sabía? Piñera fue el jefe de campaña de Hernán Büchi; y de acuerdo a sus biógrafas, “varios testigos afirman que Piñera terminó por volver loco al candidato. Mientras Büchi trotaba, Sebastián iba a su lado dictándole lo que debía hacer…” cuentan.
No sabemos si es verdad el hecho de si lo volvió loco o no. Pero Hernán Büchi en su clásico libro de los 90 La transformación económica de Chile afirma que la gran victoria en Educación del gobierno militar “fue su capacidad para distinguir el rol orientador y normativo del Estado –determinación de los contenidos de la educación y mecanismos de control- del rol de financista y del rol de administrador”.
Quién volvió loco a quien, en realidad, nunca lo sabremos.
Programa de Büchi
http://www.elmostrador.cl/opinion/2011/09/14/la-famosa-sociedad-docente-de-pinera/
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