Los estudiantes universitarios chilenos se movilizan exigiendo al Estado educación pública, gratuita y de calidad. Una pelea que recién está comenzando.
La situación educativa en Chile está en crisis. Estudiantes reclaman por el derecho a estudiar de manera pública y gratuita, exigiendo que el Estado cumpla con su deber de garantizarlo. La respuesta del presidente Sebastián Piñera no se hizo esperar y dio órdenes a los carabineros -policía chilena- de reprimir la movilización el pasado 26 de agosto, dando como resultado un muerto -Manuel Gutiérrez,
de 16 años de edad-. Recién luego de ello propuso a los estudiantes dialogar.
La educación como mercancía
El 11 de septiembre de 1973 quedó marcado a fuego como un punto de inflexión en la historia chilena. El presidente socialista Salvador Allende era derrocado y el poder tomado por las fuerzas armadas, encabezadas por el general Augusto Pinochet. Chile comenzaba un nuevo período, tanto económico como político, y se transformaba, de esta forma, en el primer país del mundo en aplicar medidas de corte netamente neoliberal -subordinándose a los mandamientos de los Estados Unidos y la Escuela de Chicago-.
Bajo el pretexto de la "imposibilidad estatal de continuar garantizando el bienestar general de la población", ya sea por su gran cantidad de jubilados o por "problemas políticos", se apostó por el libre mercado que, según afirmaban los economistas ortodoxos, "iba a dar grandes soluciones a los problemas del país". Tarde o temprano, este proceso llegaría a todos los países de Latinoamérica produciendo tanto desocupación laboral en aumento, como privatizaciones, concentración de la riqueza, suba de la tasa de pobreza y deuda externa, entre otras consecuencias nefastas.
El neoliberalismo golpeó a todos y cada uno de los países de América Latina. En Chile, particularmente, el desmantelamiento del Estado trajo consigo la mercantilización de la educación -hecho que en la Argentina, por ejemplo, ocurrió en menor medida- y el advenimiento de un afán de ganancia por parte de los empresarios/dueños de los establecimientos universitarios, donde la formación del alumno pasaba a un segundo plano debido el factor lucrativo predominante.
A partir de esos años y a pesar de la vuelta a la democracia en 1990, el ingreso a los institutos educativos de calidad -en el nivel superior, principalmente- está permitido solamente a las familias que estén en condiciones de poner el dinero correspondiente sobre la mesa, ya que el Estado simplemente aporta el 15% del financiamiento y no en efectivo sino por medio de becas.
Movilización estudiantil: desafiando al avance neoliberal
Al correr los meses del año 2011 las protestas estudiantiles pidiendo mejoras en la educación se fueron intensificando, cuestión que para fines de junio los colegios tomados llegaron a la cifra de 600. La opinión pública considera el movimiento como "uno de los mayores desde el retorno a la democracia". Algunos de los puntos primordiales del reclamo son:
- Modificar el sistema de acceso a la universidad para que se asegure la igualdad de oportunidades. Según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) Chile es el país con mayor segregación social en sus escuelas, es decir, un clasismo educativo más que evidente.
- Aumento del gasto público en educación superior. El arancel promedio supera los 3.000 dólares, en contraposición a lo ocurrido en países como la Argentina o Uruguay donde la universidad es gratuita y además, en el caso del primero, se otorgan alrededor de 47.000 becas.
- Democratización del sistema de educación superior.
La principal cara visible de la lucha llevada adelante por los estudiantes es Camila Vallejo, geógrafa y militante política, actualmente es presidenta de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (FeCh). Hija de padres también ligados a la política, pero durante la dictadura, Vallejo sigue los pasos de sus progenitores decidida a defender la Universidad, como bien resaltó al asumir la presidencia de la FeCh: "Creemos en una Universidad permanentemente vinculada con los problemas que nuestro pueblo le presenta, activa en la búsqueda de soluciones y en la entrega de aportes por medio del conocimiento".
Huelga nacional y respuesta del gobierno
El punto máximo de tensión se vivió el 25 de agosto, cuando los estudiantes llamaron a una huelga nacional por 48 horas y cortaron las principales calles de distintas ciudades chilenas. De esta forma, marcharon cerca de 600 mil manifestantes en todo el país, siendo reprimidos por la policía -hecho que trajo como resultado centenares de heridos y detenidos-. En la madrugada del 26, en condiciones confusas, muere el estudiante Manuel Gutiérrez, siendo apuntadas todas las acusaciones a los carabineros.
A Sebastián Piñera no le quedó otra alternativa que responder a los reclamos y llamar a dialogar. Así, el gobierno les propuso a los estudiantes un cronograma de trabajo para destrabar el conflicto, el cual evaluaron pero que no aceptaron ya que no cumplía con las condiciones mínimas que el movimiento exige. Cabe destacar que la popularidad del presidente fue seriamente dañada: en agosto varias encuestadoras calcularon un 26% de imagen positiva y una negativa del 68%; estos datos son totalmente opuestos a los del año pasado, cuando los mineros fueron rescatados y la popularidad de Piñera llegó al 56%.
La importancia de un cambio real
La educación es un derecho fundamental para toda persona; es la puerta que permite la entrada a oportunidades sociales de todo tipo. He aquí la importancia de una enseñanza pública, gratuita y de calidad; y el único garante de que estos requisitos se cumplan -por lo menos hoy- es el Estado.
Si bien las movilizaciones estudiantiles de Chile no están en conexión directa con la de los "indignados" españoles -ya sea por sus relativos pedidos y lugares de origen- ambas reflejan el descontento general de gran parte de los jóvenes para con este sistema que los oprime. Sin embargo, el hecho de pensar que con la simple voluntad y organización de un sector se puede cambiar el statu quo, es una idealización más que absurda. Por ello es necesario que detrás de la juventud se encolumne -y comprometa- toda una sociedad que demuestre, con esa actitud, que la situación no le es indiferente.
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