Entre los grandes perjudicados del sistema de educación universitaria que hoy se fomenta en Chile están los chilenos que habitan fuera de Santiago, es decir, la mayoría. Sus universidades han sido no sólo olvidadas, sino además atacadas con presupuestos inviables. El ataque a lo público se ha hecho fundamentalmente destruyendo la imagen de las universidades regionales, pues no se podía lograr ello atacando directamente las grandes instituciones (la U. de Chile, la USACH u otras ‘tradicionales’). Frente a esto, los alumnos son empujados a escapar de su ciudad y sus universidades locales y la selectividad de ellas entre los mejores puntajes está hoy en un punto crítico.
Los resultados de la PSU se usan absurdamente para definir qué institución es mejor, en circunstancia que todavía nadie ha ingresado a una universidad cuando rinde la PSU. Con esta reflexión, los datos de atracción de mercado que muestra la inscripción de los mejores puntajes de la PSU, permite al sistema decir que tal o cual universidad está bien y cual está mal. Pero un pequeño ejercicio demuestra que nuevamente son las injusticias estructurales las que permean nuestro sistema educacional. No hay instituciones que lo hagan bien y otras que lo hagan mal. Hay lugares beneficiados y otros perjudicados. Y entre los más castigados están las ‘regiones’.
Un sistema educacional saludable se percibe no sólo en su calidad, sino además en su capilaridad, es decir, su capacidad para llegar a los distintos lugares del país de un modo lo suficientemente semejante a su modelo original. De hecho, cuando ello ocurre recién podemos decir que estamos frente a un sistema.
Cuando hablamos de las universidades, nuestro sistema educacional muestra una capilaridad pésima. Nuestra educación puede llegar a tener un corazón, pero no tiene arterias, venas ni vasos. Un eje que distingue con claridad los rendimientos y la demanda en la selectividad de estudiantes es la región del país donde está ubicada la universidad. Santiago es un polo de atracción, pero lo más grave es que las regiones sean vistas por los estudiantes como fuerzas centrífugas que expulsan sus potenciales estudiantes. Por supuesto, el discurso oficial dice que los estudiantes eligen las mejores universidades y que las universidades regionales no son atractivas.
Tal y como los semáforos de Lavín informaban que ciertos colegios eran apetecibles y otros no, el sistema educativo chileno se place en demostrar que no es un sistema y que las universidades de regiones no son elegibles. El gráfico nos muestra la enorme concentración de los mejores puntajes PSU en universidades de Santiago. Pero pongamos atención. La razón de todo esto no está en la simplificación típica: decir que las universidades de Santiago son mejores. El punto es otro: la falta de atracción de las universidades regionales demuestra que ellas han sido maltratadas por un modelo educacional al que no le importa la construcción de sociedad, sino dar premios a la resiliencia de quienes han logrado sobrevivir o incluso triunfar en medio de la adversidad. Las universidades de regiones y los estudiantes de ellas han sido invitados por el sistema educacional chileno a ser héroes o no ser nada.
Dichas universidades no perciben suficientes fondos del Estado. De hecho, no son pocas universidades privadas las que reciben 5 veces más transferencias del Estado (por el Crédito con Aval del Estado) que las recibidas por ciertas universidades regionales (vía Aporte Fiscal) a las que se les ha condenado a la sumisión al poder central y a la irrelevancia nacional
Por supuesto, el sistema termina diciendo que hay crisis en las universidades de regiones y que es mejor postular a las entidades privadas, pero esa crisis deriva de un ataque cotidiano a una educación para todos. Es la hora de darle a las regiones recursos, prestigio y calidad en la educación.
*Sociólogo y académico Universidad de Chile
*Colaboradores investigativos: Javiera Araya, Carla Azócar.
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