Publicado: 18.11.2011
La norma destinada a incluir en el currículo de Enseñanza Media la asignatura de Educación Cívica fue rechazada en el Senado con diez votos en contra y dos abstenciones, todos de representantes de los partidos de derecha (UDI y RN). En la siguiente columna, Gabriela Guevara Cue aborda las implicancias del naufragio de esta iniciativa, que estaba incluida en el debate sobre inscripción automática y voto voluntario. Su análisis intenta responder dos preguntas: ¿Por qué es necesaria la educación cívica y la formación ciudadana? ¿Por qué la derecha vota negativamente la posibilidad de formar ciudadanos íntegros y responsables, conscientes de sus deberes y derechos?
En la sesión del martes 15 de noviembre pasaron a segundo trámite las normas que regularán la inscripción automática y el voto voluntario. Sólo hubo votación dividida respecto de cinco disposiciones. La primera de ellas dice relación con incluir en las mallas curriculares de enseñanza media la Educación Cívica, norma que pese a tener 20 votos a favor, tuvo 10 en contra y 2 abstenciones. En definitiva, fue rechazada por no alcanzar el quórum de norma orgánica constitucional. Los 10 votos en contra corresponden a los senadores de derecha Von Baer, Uriarte, Prokurica, Víctor Pérez, Orpis, Novoa, García-Huidobro, Espina, Coloma y Chahuán. Otros dos senadores del mismo sector, Lily Pérez y José García, se abstuvieron. La pregunta inicial es ¿por qué es necesaria la educación cívica y la formación ciudadana? Y luego, ¿por qué la derecha vota negativamente a la posibilidad de formar ciudadanos íntegros y responsables, conscientes de sus deberes y derechos?
La democracia supone participación, el ejercicio de los derechos y las libertades, así como la búsqueda de condiciones de equidad. Pero no se puede alcanzar ninguna de estas dimensiones sin ciudadanos con capacidad de ejercer sus derechos. No podría haber democracia sin ciudadanos capaces de gobernar y ser gobernados, de asumir las responsabilidades inherentes a la soberanía popular de la que son portadores. Por esta razón, para que un sistema democrático se sostenga, requiere sujetos que se desempeñen como ciudadanos, que sean capaces de cuidar de sí mismos y cuidar de la ciudad o de la comunidad política. Sujetos que sean capaces de definir y formular sus preferencias e intereses, que sean capaces de pensar por sí mismos y de actuar por sí mismos.
También se requiere que los individuos logren articular sus intereses personales a los intereses de las otras personas, que se puedan organizar y constituir colectivos sobre la base de la negociación y consensos sobre intereses comunes más generales: grupo, clase, nación. Se necesita que la democracia tenga como sustento a un pueblo constituido como un ser colectivo.
Para alcanzar esta meta es fundamental el papel del sistema educativo, espacio por excelencia de la formación ciudadana (sin que esto signifique minimizar la responsabilidad de las otras instancias como la interacción familiar). Todo proceso educativo que busque el desarrollo integral del individuo mediante conocimientos, habilidades y destrezas, orientadas a la vida laboral o a cualquier otro fin debería, a mi juicio, contemplar el desarrollo de la dimensión política en lo que se refiere a la responsabilidad de vivir en sociedad y de gobernarla.
Al elegir sus representantes, el pueblo entrega un mandato para que en su nombre se ejerzan ciertos cargos. Pero delegar no significa renunciar a ese derecho; por el contrario, es necesario comprender lo que se está delegando, hasta dónde llega esa delegación y cómo se obliga el delegatario. El voto no es un bien transable para obtener favores o recompensas; en este mismo sentido, los electores deben estar vigilantes, pedir cuentas y ejercer control sobre la gestión delegada y sus resultados. Por eso es esencial contar con conocimientos suficientes y tener claridad para escoger personas capaces de cumplir ese mandato. En esta oportunidad, 10 de los representantes del pueblo han optado abiertamente por no educar.
La ciudadanía “educada” goza de habilidades y destrezas, comprensión, conciencia y compromiso para comportarse en una democracia y, en consecuencia, cumplir con sus deberes y ejercer sus derechos. ¿Por qué negarse esta posibilidad?.
A modo de sugerencia, particularmente para quienes aún no “ven” la importancia de modificar estructuralmente nuestro sistema electoral dotándolo no sólo de mecanismos, normas y procedimientos sino que también de fundamentos, solidez, arraigo y valores democráticos y ciudadanos, propongo la revisión de documentos de organismos internacionales que señalan como factor crítico la formación y la educación para fortalecer la democracia, incluso dando señales respecto de los contenidos mínimos de los programas de estudio y del rol fundamental de los docentes en la formación ciudadana de los estudiantes.
No se trata de agobiar con conocimientos sino de motivar a los estudiantes. Se busca que aprendan a partir de las vivencias, del diálogo, el debate y la crítica, adelantando proyectos que les permitan ejercer los derechos y deberes que a su edad corresponden. De otra manera, nuestro sistema educativo mantiene la deuda con los ciudadanos de nuestro país y en definitiva, con su consolidación democrática, más allá de lo puramente electoral.
Sin educación y formación ciudadana Chile está quedando, una vez más, relegado a la segunda división en materias democráticas. Esto no sólo debe preocupar por la progresiva disminución de asistencia a las urnas, sino que también por su influencia en el comportamiento electoral, la escasa valoración de la democracia como sistema político y el desapego del ciudadano respecto del mandato del que es portador. Esto incrementa el riesgo de dejar en manos de muy pocos las decisiones más importantes de la sociedad y debilitar (aún mas) la legitimidad de los mandatos que se entregan a los gobernantes.
Ante esta situación, el desafío es crear opciones electorales que den cauce ordenado a la voluntad de las mayorías, lo que se consigue mediante una participación electoral responsable que no siempre se da por generación espontánea sino que, en algunas ocasiones, debe ser promovida por las fuerzas democráticas de la misma sociedad, por ejemplo, a través del sistema educativo. Entonces, ¿en qué quedamos?.
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