Carta a Piñera y su dictadura
Seguramente nunca leerás esta carta y, la verdad, poco me importa. Sin embargo, quiero que sepas que te escribo desde Valparaíso, aquel puerto herido en una madrugada de septiembre de 1973 por militares y civiles que defendían sus privilegios. Se vistieron de guerra para ocupar mi ciudad, la de mis padres y abuelos. La ciudad de mis amigos, del barrio, del colegio, de los paseos por la costanera, del primer beso apresurado y torpe. Ocupada fue, sin misericordia mi ciudad, de golpe militar en el centro de su asombro. Torturada fue mi ciudad, entre gritos desgarrados y violaciones de mujeres indefensas. Desaparecida fue, de a poco, en el mar y en los cerros donde van los desaparecidos en un país sin memoria. Me cambiaron la ciudad, movieron sus plazas, sus panaderías, sus playas, sus historias. Todo eso acaeció la madrugada en que la ocuparon sin misericordia para defender sus privilegios. Como hoy que, treinta y ocho años después y en pleno invierno, apareció nuevamente tomada por la fuerza. La fuerza policial que atacó a los porteños a mansalva. Los cercó, los confinó, los agredió, los gaseó y los golpeó con diligente obsecuencia. Era la dictadura: los mismos uniformes, las mismas armas, la misma brutalidad. Pero es tú dictadura, Piñera. Los mismos perros, con el perdón de los perros. Los mismos hijos de puta, con el perdón de las putas. Tus perros y tus hijos de puta que sembraron el terror en el puerto, reprimiendo a los estudiantes que sólo bregan por el justo derecho a una educación digna.
Seguramente nunca leerás esta carta y, la verdad, poco me importa. Pero quiero que sepas que esta ciudad, su plan, sus cerros, sus estrellas y, por sobre todo, su gente, colmaron esta noche las ventanas, los callejones, los miradores, los ascensores para unirse en un grito de libertad que resonó limpio a través del cielo añil. Un cacerolazo, un cantico, un suspiro y la rabia inmensa de sentir, una vez más, el odio de los ricos. Tu odio. Porque eso fue lo que se vivió hoy, no sólo en Valparaíso, por cierto, sino que en todo el país, cuando el ejército policial de ocupación salió a defender el lucro en la educación, arrasando con todo: hombres, mujeres, niños y niñas. Como en dictadura, pero en democracia. Tu democracia, donde tú decides quien marcha, dónde se marcha, cuándo se marcha y cómo se marcha. Donde tu ministro del Interior amenaza y reprime sin pausa, sin contemplaciones y sin inmutarse, como los hacen los ministros de Interior de las dictaduras. Tú democracia tutelada, militarizada, represora y tan poco democrática que no soporta al pueblo en las calles: que se organice, que reflexione, que piense, que proteste y luche por construir un país digno. Porque esta es una democracia indigna: una democradura. Tu democradura.
Seguramente nunca leerás esta carta y, la verdad, poco me importa, no obstante, quiero despedirme con una certeza: nada de lo que hagas o digas podrá revertir el desmoronamiento de un sistema hecho por los ricos para los ricos. Tal vez no sea inmediato. Quizás, pero el rocío de la mañana ha sido desperdigado por el movimiento estudiantil y aquella frescura juvenil anuncia vientos de cambio.
Tito Tricot, Sociólogo
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
Seguramente nunca leerás esta carta y, la verdad, poco me importa. Pero quiero que sepas que esta ciudad, su plan, sus cerros, sus estrellas y, por sobre todo, su gente, colmaron esta noche las ventanas, los callejones, los miradores, los ascensores para unirse en un grito de libertad que resonó limpio a través del cielo añil. Un cacerolazo, un cantico, un suspiro y la rabia inmensa de sentir, una vez más, el odio de los ricos. Tu odio. Porque eso fue lo que se vivió hoy, no sólo en Valparaíso, por cierto, sino que en todo el país, cuando el ejército policial de ocupación salió a defender el lucro en la educación, arrasando con todo: hombres, mujeres, niños y niñas. Como en dictadura, pero en democracia. Tu democracia, donde tú decides quien marcha, dónde se marcha, cuándo se marcha y cómo se marcha. Donde tu ministro del Interior amenaza y reprime sin pausa, sin contemplaciones y sin inmutarse, como los hacen los ministros de Interior de las dictaduras. Tú democracia tutelada, militarizada, represora y tan poco democrática que no soporta al pueblo en las calles: que se organice, que reflexione, que piense, que proteste y luche por construir un país digno. Porque esta es una democracia indigna: una democradura. Tu democradura.
Seguramente nunca leerás esta carta y, la verdad, poco me importa, no obstante, quiero despedirme con una certeza: nada de lo que hagas o digas podrá revertir el desmoronamiento de un sistema hecho por los ricos para los ricos. Tal vez no sea inmediato. Quizás, pero el rocío de la mañana ha sido desperdigado por el movimiento estudiantil y aquella frescura juvenil anuncia vientos de cambio.
Tito Tricot, Sociólogo
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